Martes, 9 de la mañana. Debido a que mi trabajo se encuentra a las afueras de Madrid, no soy habitual del Metro pero ese día todo era distinto. Debía acudir a un centro sanitario para hacerme unas pruebas y el añorado suburbano era el transporte más eficaz, apenas seis estaciones para llegar a mi destino. Entro en la estación de mi barrio, repleta de estudiantes universitarios de esos que llevan los pantalones caídos, auriculares que les aislan del entorno y la mirada perdida como si fueran más bien robots.
Tras un par de minutos de espera, llega el tren, subo en el vagón y me encuentro una fauna de lo más variopinta. Ejecutivos de traje, mujeres mayores con sus mejores galas, más jóvenes estudiantes, un niñito rubio que nos mira a todos con cara de pánico y el que suscribe. LLevo la mano en el bolsillo, sujeto el recipiente de orina que debo entregar a las enfermeras y me da por pensar ¿alguién tiene la suficiente imaginación como para saber a ciencia cierta el motivo por el que estoy allí? Obviamente la respuesta es NO pero ¿y entonces yo podría saber qué hacen los demás allí, podría determinar si son usuarios habituales del metro o esporádicos como yo? ¿alguno acaba de hacer el amor con su pareja? ¿quizás se ha peleado con ella? ¿a lo peor acaba de recibir el borrador del IRPF y tiene que pagar un pastón? ¿o ha vuelto a suspender esa asignatura que se le resiste? La verdad es que no lo sé, sus caras son absolutamente inexpresivas, no me dicen absolutamente nada, no hay ni frio ni calor, parecen máquinas de carne y hueso, nadie habla.
Llegamos a mi estación de destino. Salimos del vagón en una especie de carrera para ver quién llega antes a las escaleras mecánicas. Se forman dos filas: la de los vagos que no quieren subir un solo escalón y la de aquellos que llevan más prisa o son más nerviosos y quieren hacer algo de ejercicio que nunca viene mal.
De repente, escucho en uno de los pasillos a un músico de esos que amenizan los paseos en el metro. Toca con el violín una versión más que aceptable de "Yesterday", de The Beattles. Sin saber porqué, me emociona aunque como el resto disimulo y continuo andando. No onstante, mi cabeza da vueltas sin parar, me gustaría abordar a alguien y ponerme a hablar con él, saber de su vida. Es entonces cuando me asalta una duda quizás absurda: ¿Alguien podría hacer poesía de la vida cotidiana y gris?. Un abrazo a todos que son gratis
sábado, 26 de abril de 2008
¿SE PUEDE HACER POESÍA DE LA VIDA COTIDIANA?
Publicado por javier peña en 16:59
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9 tus aportaciones:
¿Conoces el poema de Dámaso Alonso, Insomnio? Salvando las distancias (sobre todo por los años transcurridos) se puede decir que hace poesía de la vida cotidiana y gris.....
NSOMNIO
Dámaso Alonso
Madrid es una ciudad de mas de un millón de cadáveres (según las
ultimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho
en el que hace 45 años que me pudro,
Y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como
un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué
se pudre lentamente mi alma,
Por qué se pudren mas de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por que mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
¿Dime, qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
claro que salvando las distancias, y no sólo por los años, sino también por la calidad del texto, Dámaso Alonso reflejaba una realidad parecida, aunque me temo que hemos ido aún a peor. Muchas gracias por tu aportación, superinteresante como siempre!!
Trabajando en Londres recuerdo que me venían una serie de pensamientos similares a los tuyos. Era muy temprano cuando iba al curro y pasaba casi una hora en el metro... más la hora de vuelta. Miraba a la gente, toda metida en su burbuja personal, todos con prisa, todos como un número más en medio de esa marea humana.
Me imaginaba cómo se sentirían ellos, si les gustaría su trabajo, si se sentirían tan infelices como yo en lo que estaba haciendo.
A veces, lo único bueno de esos trayectos era esa música de la que hablas que llena los pasillos del metro
y pienso que se puede hacer poesía de cualquier cosa, algo distinto es que te guste ;)
un saludo!
Hola Javi!Yo no puedo dar respuesta a tu pregunta...pero te diré que hace unas cuantas semanas asistí a un encuentro de escritores -no muy conocidos- en Valladolid, y allí había un joven poeta que hacía experimentos tales como recortar frases enteras o palabras sueltas de un titular, de una noticia, de cualquier pieza que le llamara la atención en un periódico. ¡Y fue increíble el resultado!Era poesía!!!
No recuerdo el nombre del "inventor", pero a mí me impresionó muchísimo y...¿hay algo más gris que las noticias de los periódicos?
Saludos a todos!¡Y muuuchos besos para ti!
La poesía regala vida, esa vida que se torna menester para observar lo intangible del mundo que nos rodea.
Poesia, sí, querido Javier, maravilloso conjunto de palabras presente en cada mínimo espacio que habitamos, poesía es tu canción favorita, poesía es lo que soñaste añoche, poesía es tu cena predilecta y el cartel del autobus o metro que te lleva cada mañana a ese lugar donde poéticamente pasas parte de tu vida: el trabajo.
Poesía es todo aquello que nos rodea, dependiendo de los ojos con los que amanezcamos cada día y cada día no será igual al anterior, es decir, cada poesía será distinta, porque todos somos distintos día a día.
Poesía es reírse de todo, hasta de uno, poesía también es llorar en silencio y llorar junto al otro, es hacer de cada hecho, cada ocasión algo diferente que vale la pena ser transmitido.
Poesía es decir lo que ocultás y ocultar lo que decís porque la vida es poesía simple para pobres corazones y grandes versos para sentimientos exaltados.
Poesía es objeto y método, pregunta y respuesta, fantasía y realidad, poesía somos todos, poesía es un modo de vida, poesía es un utópico sitio y algunos habitamos allí.
***
Estas palabras no son mias pero me parecen perfectas para la ocasión y las tome prestadas de
http://vivirenpoesia.blogspot.com/
¡Pero qué ordinariez! ¡Estoy malísima! ¡Qué asco!¿Dónde vamos a llegar? ¿Un frasco de orina en el bolsillo? ¿En el bolsillo de dónde? ¡¡¡¡JAVIER PEÑA!!!!! ¿¿¿Qué lo sujetas con la mano???? Y, supongo, que para más INRI, a pelo, sin guante ni nada. En el metro..., ya..., ya... ¡Hale! Vamos todos y todas, familiares, visitantes, amigos y amigas de tu blog, prendamos los mecheros y emocionados entonemos a coro “Mi agüita amarilla, cálida y tibia.. y la empiezo a mear y me echo a reír y me pongo a pensar donde irá, donde irá...”.
¿Pero qué os pasa a los hombres con vuestros aparatos genitourinarios? Ayer, sin ir más lejos, le veo a uno, a las doce y media de la mañana, bajo un sol de justicia, en el parque de los columpios. Se coloca de espaldas al respetable y pinta un mural de pis en la pared, que ni Barceló... Oye, que no paraba... y dale y dale, con aquella fuente sin fin. Yo que pasaba por allí, porque tengo derecho a visitar ciertos jardines con mi prima, digo yo, sin saber a dónde mirar. Fue peor que el día que me encontré un preservativo atado a modo de lacito en el retrovisor de mi coche. Que malo fue el hallazgo, pero deshacerme de aquello, fue aún más horroroso. Yo conduciendo por toda la ciudad con la divisa colgando, que no me atrevía ni a parar en los semáforos por miedo a que alguien se fijara. Aún me pregunto quién fue el hijo de su madre que tuvo la feliz idea. Pero ¡qué espectáculo!. Yo que salgo de la biblioteca, me monto en mi automóvil, que había dejado en el parking de la universidad como todos los días, le echo un vistazo al espejo para comprobar que está bien colocado... y me encuentro al condón...
Y eso de que la gente va como robots en los transportes públicos te pasará a ti, Javier Peña. A mí, hasta me han tocado una pierna. Fue también una mañana. Iba yo en el tren, leía, y de repente, noté como un roce en la espinilla. Me pareció tan raro que pensé que sería algún hormigueo de esos que se nos pone a todos alguna vez en las extremidades. Y debió de ser justamente eso mismo. Como la sensación persistía, alcé la vista. Un señor de gafas oscuras y cabello empegotado, sentado frente a mí, la había alargado en mi dirección, y... con ella..., me estaba tocando... No, no era Rocco Siffredy. Era simplemente, un señor muy guarro. A GRITOS lo hice saber en mitad del vagón. Me cambié muy dignamente de sitio y el tipejo se bajó en la siguiente estación. ¡Con su pierna y sin decir ni pío! ¡Menudo pájaro!.
El que sí que hizo un comentario fue otro, esta vez, sentado a mi lado. “ Perdona que te moleste, pero ¿te puedo decir una cosita?”- me preguntó. Le miré sorprendida y sólo meneé las cejas. “Es que llevas puestos esos pantys negros y se te pueden quemar con la calefacción. ¿Lo sabías?”. No daba crédito. Le contesté que lo ignoraba, le di las gracias por la información y seguí mirando a través de la ventanilla. Pero su interrogatorio continuó: de hecho, quiso saber hasta mi domicilio. En aquel caso, opté por conversar y seguirle la corriente con humor. Hoy en día, recuerdo esta anécdota y aún me río. Por supuesto, jamás volví a verle. Se quedó en su estación con una sonrisa en los labios y yo seguí viajando.
Y en el metro... he hallado cómplices de miradas, sonrisas, carcajadas, preocupación, lágrimas; y charlas fugaces compartidas junto a desconocidos. E incluso ayuda. Eso, socorro cuando lo necesité, me lo proporcionó también, el conductor de un autobús hará un mes aproximadamente. ¡Cómo me pusieron unos gamberros que iban fumando, y sólo porque me quejé! Aquello apestaba a excrementos putrefactos, amoniaco corrompido, bacterias malolientes... Pero eso os lo contaré otro día.
Quiero soñar con las romerías que me esperan, los lugares, las experiencias, y las personas que encontraré.
¡Que la vida cotidiana es gris! ¡Ay, peregrinos! De ese color eran los calcetines de un viajero que un día de lluvia intensa apareció caladito hasta los huesos. Se quitó los zapatos, después los calcetines que colgó en el asiento de al lado y con los pies en el suelo, siguió hasta su destino...
Abrazos con todo mi afecto, Javier Peña y Presentes.
Javi, deseo de todo corazón que el resultado de tus análisis sea completamente normal.
¡Cuídate mucho!
¡Buen Viaje!
Fdo: Sucette D´Ment.
Me pregunto por qué nos cuesta cada vez más comunicarnos con el desconocido. ¿Por qué en el metro no aprovechamos para intercambiar impresiones? ¿Por qué las grandes ciudades se vuelven tan artificiales? ¿Por qué está perdiendo el español ese carácter abierto que nos caracteriza (o caracterizaba)?
A saberse. Hasta otra.
Estimado Eticaniano:
Me parece que “La señora Kula” podría responder a alguna de tus cuestiones.
Yo te preguntaría: ¿Cuántas raíces hallas en las estaciones, las paradas, entradas, túneles, escaleras, vías, andenes o bancos del suburbano? La identidad, pienso, se encuentra más fácilmente en otros lugares. No obstante, cada uno la llevamos con nosotros mismos y proyectamos quienes somos o cómo estamos; así nos comunicamos. Existe un juego entre intimidad y salir fuera que se equilibra y desequilibra constantemente. La vida camina dentro; se nota delante de los demás, tal y como se muestra y siente; consciente, inconscientemente...
Por otro lado, quizá falta amor, espontaneidad, sobra miedo..., y resulta la soledad. El tiempo, el espacio, llevan sus medidas. Los tránsitos cuentan su naturaleza; nosotros, la nuestra.
Un abrazo, Eticaniano, y Presentes.
Javier Peña gracias por tus post.
¡Feliz Día!
Con afecto:
Fdo: Sucette D´Ment.
No había visto hasta ahora este comentario. Gracias Sucette por la sugerencia de "La señora Kula"; he buscado algo sobre ese libro y me parece que merece leerse; lo apunto en mi larga lista de libros pendientes; el autor también me ha parecido interesante. La pregunta no sabría respondértela, pero estoy de acuerdo en que falta espontaneidad, sobra miedo,... y aumenta la soledad. Yo noto, por ejemplo, miedo a implicarse emocionalmente, por el riesgo a pasarlo mal, pero si uno procura ser fuerte ante ese "pasarlo mal" el riesgo desaparece. Una amiga mía, en Melilla, decía que no iba a volver a salir con ningún chico, ya que se quedaba un mes muy triste cuando ellos volvían a su ciudad, y yo le decía que qué más quería: disfrutaba 6 meses y 1 malo.
Un abrazo, Sucette.
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