Hola amigos, de nuevo aquí en el blog después de una semana un poco loca. En primer lugar agradeceros a todos el interés por lo que escribo. En las últimas semanas ha aumentado considerablemente el número de personas que me visitan y de verdad que para mí es un motivo de orgullo. LLevo toda la semana dándole vueltas a algo que hoy quiero exponeros aquí. No sé si ocurre en todas las profesiones pero en la mía uno va andando por un camino y es habitual encontrarse piedras con las que tropieza e incluso alguna que le provoca una caída. Los hay que se levantan sin ningún problema y otros que se quedan atrapados sin capacidad de movimiento.
Estos días tengo a un amigo que está trabajando en una obra de teatro, "Helena" de Eurípides que narra las vicisitudes de Menelao, rey de Esparta, por recuperar a su amada, Helena de Troya. No me voy a entretener mucho en explicar la trama porque esa obra tiene un antecedente del propio autor "Las troyanas" que al igual que la anterior, se basaba en la archiconocida Guerra de Troya. Curiosamente, en el instituto donde yo estudié, mi profesor de Griego, José Luis Navarro nos animó a representar esta tragedia clásica con el objetivo de recaudar fondos que nos permitieran viajar a este país que ya os he confesado en multitud de ocasiones que es como mi segunda casa.
Yo entonces era el máximo responsable de la organización de todo el grupo, era el delegado de clase y además de la actividad teatral, debía ocuparme de organizar fiestas, sorteos, venta de bocadillos, camisetas y cualquier cosa que nos reportara un dinero para el viaje.
Durante el primer año representamos "Dioses y Leyendas de la Antigua Grecia" y el profe me eligió para representar a Hades, Dios de los muertos. Era un breve monólogo de unos cinco minutos en los que yo aparecía dando un golpe con mi bastón en el suelo e intentando acojonar a todo el que me escuchara. No creo que lo consiguiera en la mayor parte de representaciones pero no me faltaba empeño.
Ya el segundo año, viajamos representando Las Troyanas por muchas ciudades españolas, aunque en su mayoría fueron institutos los lugares donde valoraron las actitudes de mis compañeros en el arte de la interpretación. El único personaje masculino era Menelao cuyo papel interpretó un compañero magistralmente.
Ya al final del curso, este compañero se tuvo que incorporar al servicio militar y a nosotros nos quedaban dos representaciones con lo cual hubo que sustituirle. Mi profesor organizó una especie de casting al que yo me presenté. Aunque yo era bastante malillo como actor, decidió que fuera yo el Menelao como una especie de premio al esfuerzo que habíamos hecho para completar con éxito el viaje.
En sólo una semana tuve que adaptar el vestuario, recuerdo que llevaba una de esas espadas que regalan en las bodas y que abultaban más que yo porque en esa epoca yo era extremadamente delgado. LLegó la hora de la verdad, participábamos en un concurso de teatro de los institutos madrileños, nos jugábamos un dinerito del premio y sobre todo, el prestigio que aún hoy tiene ese grupo teatral en ámbitos estudiantiles.
Yo tenía que salir en el segundo acto, recorrer todo el patio de butacas, subir al escenario y comenzar con un largo monólogo (o al menos a mí me lo pareció en aquel momento). Recorrí el pasillo temblando como un gorrioncillo y al subir al escenario, inicié mi disertación. Llevaba pocos minutos de monólogo cuando los nervios turbaron mi mente y me quedé en blanco, me quería morir en ese momento. No sé como salí de la situación, ni siquiera lo recuerdo, supongo que los compañeros me fueron apuntando en varias ocasiones para salvar las lagunas que los nervios me habían provocado. Terminó la representación, me marché a los camerinos y allí me hinché a llorar delante de mi profe y de mis padres, sentía que de algún modo había traicionado la confianza que habían depositado en mí y por primera vez, a mis 17 años tuve la sensación de haber tenido un sonoro fracaso.
Sin embargo, y aunque os suene muy pesimista este post, os relato ésto porque a veces uno echa la vista atrás y se da cuenta de la parte positiva que tuvo todo ésto. Me preparó para la vida real, me enseñó que tras algo así, uno tiene que levantarse y seguir andando, uno debe recomponer la figura y sentirse como un Ave Fénix, resurgiendo de sus cenizas. Desde jovencito, aprendí por tanto que los fracasos en realidad pueden servir para hacernos más fuertes.
Es más, miro al futuro y soy consciente de que aún quedan muchas piedras en el camino y seguiré tropezando. Algunas veces me levantaré yo sólo, otras veces encontraré una mano amiga que me ayude a salir del tropiezo pero espero que en ninguna ocasión, me resigne a quedar inmóvil en la tierra sin luchar. Menelao nunca lo hizo y acabó recuperando a Helena.
Un abrazo a todos que son gratis
sábado, 7 de junio de 2008
¿CUANTOS FRACASOS QUEDAN HASTA EL FINAL DEL CAMINO?
Publicado por javier peña en 15:59
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8 tus aportaciones:
Hola Javi!!
Buf, vaya post, eh?la verdad es que me gustaría que me hablaras un pelín más de las piedrecillas que hay en la vida de un periodista porque yo en la carrera ya he tenido que saltar alguna zancadilla. En fin, no creo que me sorprendan demasiado, pero siempre está bien estar prevenido, no?
Por cierto...¿ganasteis el concurso?jejeje!
Que pases un buen finde! Y sigue luchando!!!
Ánimo y un besote!!!
Me gustaría saber qué te ha hecho rememorar ese episodio amargo. Siento que algún otro "fracaso" te habrá dañado en estos días y lo lamento de veras.
Biquiños.
Hola Paula. Pensé que mas o menos quedaba claro en el post que al final no ganamos el premio posiblemente por mi culpa en gran medida, en fin qué le vamos a hacer. Sobre los fracasos en nuestra profesión debería destinar un post entero o varios para explicarlo pero te considero ya muy inteligente para saber cómo van estas cosas...
En cuanto a Illa, bienvenida en primer lugar a mi blog y gracias por tu comentario. ¿Sabes? eres muy perspicaz, sólo puedo decir eso, quizás más adelante pueda decir más. Un besote a las dos
Me has emocionado con tu post. Justo estoy de exámenes y parecen piedrecitas imposibles de superar. Además con el tiempo este que hace hasta parece que estás mas baja de moral. Me has dado ganas de luchar y acabar por fin la carrera que me está volviendo loca.
Un montón de abrazos, y gracias
Hola Javi!sí que había quedado bastante claro, pero a veces no pierdes tú, sino que ganan los demás, no??? no creo que todo fuera culpa tuya; además, todos tenemos derecho a equivocarnos y los nervios son demasiado traicioneros.
En fin, una amiga me dijo una vez que la vida era tropezar-caer-levantarse y otra vez volver a empezar. Creo que tiene razón, y por eso tenemos que luchar continuamente para tener las fuerzas suficientes para seguir adelante. Confío en que tú las tengas, que no puedan contigo!
Espero no tener que encontrarme con demasiada "mierda" (y perdona la expresión) en la profesión, pero si ya la encuentro en 2º de carrera, no quiero ni pensar qué pasará si consigo trabajar en esto que es nuestra vida!
Mucha suerte, ánimo y un abrazo, aunque sea en la distancia!
creo que mucgas veces necesitamos esos pequeños momentos negativos,
tanto para mantener los pies en la tierra
como a modo de prueba de superación.
lo que no mata, engorda... y enseña, je.
¡un saludo!
... Digo yo que Helena algo haría al respecto, Javier. Tal y como lo cuentas, parece que se tumbó a esperar, así, sin más, a ser recuperada. La pasiva en este caso, es empleada con toda la intención. Supongo, digo, que ella también quería tener algo con Menelao. De lo contrario, ya podía ese señor hacer el pino puente sobre una mandarina en caída libre desde un avión con el lema “Helena te amo. Va por ti” tatuado en el ombligo... ¡Ya podía ya!... Que si Helena dice no, es que no..., y Menelao envaina la espadita de las bodas, se va por donde ha venido, con su esfuerzo a la espalda y la frustración donde le cupiera.
Así, culpable de un doloroso fracaso, según cuentas, te sentiste el día de la representación. ¿Quién te dice Javier Peña, que no fue el mismísimo Ares quien te succionó el juicio en aquella ocasión? Te contaré lo que en realidad sucedió. Yo fui testigo desde la cuna del mismísimo Olimpo.
Afrodita te observaba desde hacía tiempo. Se enamoró de ti. Sí, Javier, fue así, convéncete. La diosa voluptuosa del cinturón mágico, la de los pechos en flor, la del cabello sedoso al viento, la más bella y hechicera vio cómo organizabas un sorteo. Javier, se quedó prendada de tus múltiples encantos. De tu ir y venir y regresar; entrar, salir, subir, bajar.. y volver; volver a ir y venir y regresar y entrar y salir y subir y bajar y volver a... ¡Caramba!¡Qué vueltas! Eso, que estaba loca por tus huesos rellenos de carne, aunque estuvieras delgadito.
Por aquel entonces, Afrodita y Ares estaban liados, aunque de todos es sabido que Afrodita estaba casada con Hefesto. Pero es que ella era una diosa pendona; a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Por supuesto, Ares se dio cuenta de que Afrodita no estaba a lo que debía, no se concentraba, que decía, por ejemplo, Javier Peña en vez de nombrarlo a él, en el lecho del adulterio. Sabiamente, Ares pensó: “Si ésta se la pega a su marido, lo mismo puede hacer conmigo; de hecho, incluso parece lo más natural”.
Empezó a investigar, buscando a ese Javier Peña que le pinchaba los oídos. Preguntó aquí y allá y no encontraba respuesta. Hasta que dio con una hermosa joven de hábitos nocturnos. Ella fue quien le contó lo de la Venus griega contigo. El dios de la Guerra se enfureció como jamás se ha visto. No paró hasta encontrarte. Por supuesto, se alegró muchísimo de que tu compañero se fuera a la mili: “Otro para la empresa.”- exclamó. Como comprenderás, Ares aprovechó la ocasión.
El día de tu estreno como Menelao, Ares te robó la memoria, Javier Peña. Y no te convirtió en gorrión del todo para hacerte sufrir aún más; que es peor temblar como ave que ser pájaro al completo. De hecho, intentó ponerte la zancadilla cuando avanzabas por el patio de butacas... ¡Fíjate, qué malo! Pero ahí intervino Afrodita que al enterarse de la maniobra de su amante, pilló, con perdón, un cabreo de campeonato. Y discutieron.
Javier Peña, Afrodita defendió su amor por ti con uñas y dientes. Puedes sentirte orgulloso, más aún si cabe. De hecho, hasta ahora no se ha sabido, pero creo que ha llegado el momento de que yo lo haga público: Afrodita y Ares rompieron por la pasión de ella hacia un mortal. Un ser humano, un hombre. Su nombre, el tuyo: JAVIER PEÑA.
¡La que se lio, amigo! Y tú sin saberlo.
Estos fueron los hechos, así sucedió. Seguiré contando la verdadera historia del Olimpo; la de los protagonistas de los que nunca se habló. ¡Que se oiga su voz!
Con afecto,
Fdo: Sucette D´Ment.
Más que piedras en las que tropiezas son esas mismas piedras las que, cual calzada romana, pavimentan el camino de nuestra vida.
Es mi forma de ver las cosas, somos como somos gracias a esas piedras, llevo mi blog abierto unos dos años, en el cuento un monton de esas piedras y en mi caso, estoy muy agradecido de habermelas encontrado, no me arrepiento de nada ya que todo me ha llevado a este momento y despues de muchos tropiezos/pasos he llegado a un sitio en el que estoy muy feliz.
Esas piedras y ese camino acaban siempre en el sitio adecuado, creeme.
Un besote
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