domingo, 19 de octubre de 2008

LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS



Hola amigos, me llamo Andrés. Seguramente me conocerás porque soy habitual de las estaciones de tren, me veréis siempre sentado en el banco de cualquier andén. Por si aún no me habéis reconocido, soy un ser enjuto, encorvado, cano y silente. De mí, oigo comentar a los viandantes que tengo ojos tristes, ropas raídas y me envuelve la sombra de un pasado que muy pocos pueden siquiera adivinar.

No siempre me gustaron los trenes. Hubo un día en el que fuí ávido usuario de los coches. No me gustaron nunca los deportivos, más bien aposté por los utilitarios. En esa época, no fui demasiado ambicioso por más que ahora concluyo que tuve muchísima suerte. Por mis manos pasaron varios vehículos, unos no llegué nunca a controlarlos y otros sí. Añoro uno especialmente con el que compartí seis años de mi vida, no era desde luego un Fórmula Uno pero siempre me ofreció las mejores prestaciones. Quizás por mi inmadurez, no supe valorar todas las ventajas que me aportó y un buen día nos dijimos adiós sin demasiado ruido.

Por azares del destino, o probablemente porque lo llevaba dentro desde hace tiempo sin saberlo, un buen día descubrí que lo mío eran los trenes. Al principio quedé fascinado, fue como abrir una ventana por la que entró aire fresco y nuevo a mi vida. Los primeros tiempos fueron de ansiosa curiosidad, acudí a las más afamadas estaciones para comprobar los tipos de convoyes, su mecánica, sus modus operandi y sobre todo, el comportamiento de los viajeros. Siempre me guié por ese viejo adagio que dice "dónde fueres, haz lo que vieres".

Al principio, mi timidez me llevó a pensar dos veces si debía o no utilizar este nuevo medio de transporte. No sabía si era la mejor forma de dirigir mi vida. Y lo mejor era comprobarlo con la práctica. Vencidos mis temores iniciales, me subí en las primeras máquinas al principio con ciertas dudas y más tarde, convencido de que ese era mi camino.

Pasaron meses de viajes cortos en los que probé distintos modelos hasta diferenciar cuáles me ofrecían mejores prestaciones y cuáles eran vulgares sin más. Empecé a valorar las mejores maquinarias, muchas de ellas inaccesibles para mi bolsillo y sorprendentemente, pude aprovechar en otras alguna oferta que me encontré por el camino. Así, viajé con trenes de altísimas prestaciones que bien pudieran haber sido el motor de mi vida si no fuera porque sus trayectos eran una simple probadura para ellos.

Cambiar de trayecto cada dos, tres, seis meses, me fue generando una tremenda frustración aunque, en aquella época, no era muy consciente de ello. Simplemente, disfrutaba del momento. "Carpe diem", me decían y me reafirmaba a mí mismo. Pero algo cambió en mi percepción el día que ví aquél convoy de alta velocidad que, iluso de mí, pensé que sería la locomotora que me acompañaría el resto de mi vida. No fue fácil embarcarme en él, tuve que luchar y hasta empeñar mis últimas energías para poseerlo.

El destino jugó, en un principio, a mi favor. Muchos días acudí a la estación sin saber muy bien si pasaría o no y finalmente, lograba engancharme a él sin problemas. Sus prestaciones eran las que siempre había soñado. Fiable, cómodo, bien decorado, parecía haberse construido para mi bienestar. Tan sólo podía reprocharle un cierto retraso en sus horarios de salida y, muy especialmente, de llegada. Durante unas pocas semanas, me subía a él y no me importaba el recorrido, el destino o los obstáculos que nos pudieramos encontrar. Había encontrado un tren en el que creía ser feliz y no iba a permitir que se me escapara un sólo día.

Sin duda, la mente fabrica ilusiones que la realidad destruye sin piedad, sin miramientos. Y así fue también en este caso. Un buen día, una nochevieja para ser más precisos, me comunicaron que aquél no podía ser más mi medio de transporte. Así, sin más, sin importar mis esfuerzos, mis anhelos y las esperanzas puestas en él. Decepcionado pero también resignado, dejé de acudir a aquella estación en la que lo había encontrado y zanjé un nuevo capítulo de mi vida.

Como parece lógico, ese capítulo bruscamente finiquitado, aumentó mi frustración y me envolvió en un dolor inimaginable hasta entonces para mi. Quise, y logré, romper con cualquier persona o cosa que me recordaran los momentos vividos en su interior. Mi afán de ruptura me asemejó al de un animal herido que no permite a nadie acercarse a más de un metro y mi rabia ahuyentó a todos los que quisieron sanar mis heridas. En suma, me volví un ser frío y me prometí que nunca más ataría mi destino a ningún medio de transporte por muy flamante que fuera, por muchas ventajas que me ofreciera.

Han pasado seis años de aquello. En este tiempo, he utilizado compulsivamente todos aquellos trenes que se me han ofrecido. He llegado a usar uno distinto cada día, apenas me han transportado unas pocas horas y después me he bajado de ellos sin mirar atrás. Si alguna vez me empezaba a acomodar a alguno, el sistema de autodefensa, construído sólidamente durante años en mi interior, ha provocado mi huida veloz, determinante y para algunos cobarde.

Me cansé de viajar y decidí ser un mero espectador. En los últimos meses, me he acostumbrado a sentarme en cualquier banco de cualquier estación a mirar cómo los demás usan los trenes, cómo van llegando y se van marchando. Confieso que alguno de esos ferrocarriles me ha llamado la atención por diversas causas, de buena gana me hubiera subido a ellos. La pereza en algunos casos, y el miedo en otros, ha impedido que eso ocurriera.

Sé que alguno de ellos podría ser una gran oportunidad perdida pero ya no me quedan fuerzas. Me he convencido de que mejor ser un simple espectador que un protagonista frustrado. Lo segundo genera dolor y lo primero sólo soledad. En el fondo, mi mente sueña con que algún día recupere las fuerzas para tomar uno de esos trenes, o quizás encontrar una mano que me ayude a subir. Sé que es prácticamente imposible, el miedo me atenaza y mi actitud es poco o nada receptiva.

Esta es mi pequeña historia. Recuerda que me llamo Andrés. Si me encuentras en tu camino, salúdame; prometo esconderme en una cordialidad que jamás te incomodará. Y si huyo, discúlpame; aún quedan muchas heridas que cicatrizar. Un abrazo a todos que son gratis.

4 tus aportaciones:

Anónimo dijo...

¿Te has fijado Peña que en las estaciones de tren hay gente muy diversa?incluso en las de autobús.Es como una pequeña jungla urbana.Como una ONU en asfalto y hormigón.

Felicidades(aunque atrasadas)por tu cumpleaños.

Se me a quedado cara de idiota(algo como así): :-0 al ver que sigues sin trabajo,¡¡¡no puede ser!!!tenemos muchas radios,televisiones análogicas y digitales,etc,periódicos...¿y nadie se interesó en un gran profesional como tú que a lidiado en programas nocturnos con lo díficil que es por diversos factores?estos presidentes y directores no saben nada!!!por lo menos de RR.HH no...porque no llamar a sus filas a un gran periodista como tú...es como sí,en fútbol,se le dejara en sus tiempos a Julen Guerrero sin jugar.

Un saludo,seguro que alguien inteligente te llama,estoy seguro de ello,tu insiste que el premio llegará,¡ya verás que buen año 2009 te espera Peña!

:)

Anónimo dijo...

Saludos desde República Dominicana

Hola soy Kilvin Toribio, periodista editor del portal www.puntomediodigital.com

espero estemos mas en contacto

ya agregue tu pagina a la mia

Kilvin Toribio
Periodita

Anónimo dijo...

Quiero creer, que aunque dejemos pasar muchos trenes, durante mucho tiempo, cuando pase NUESTRO TREN, enseguida lo reconoceremos y subiremos a él en un impulso definitivo, sin importarnos la tarifa ni la distancia ni el destino.
Quiero creer que las oportunidades que se (nos) escapan, no eran oportunidades, sólo espejismos de las mismas.
Quiero creer que el pasajero que llegó tarde fue porque no debió tomar ese tren. Que el que lo dejó escapar fué simplemente porque prefirió esperar SU tren. Porque así debería de ser..¿o no?...

En cualquier caso, Andrés tarde o temprano se cansará de ser un espectador y tomará algún tren. (o no..)

Anónimo dijo...

La vida sigue, una mancha de mora con otra se quita, hay que seguir confiando en las personas y pensar que cualquier día, en cualquier lugar, te encontrarás con ese amor que anelas, no dejes pasar más trenes, no te arrepientas de lo que hagas, sino de lo que no hicistes.